martes, abril 25, 2006

Vida conventual poblana

Actualmente Puebla es una ciudad cosmopolita que ha registrado un rápido crecimiento convirtiéndola en una enorme urbe. Pero al caminar por las calles angostas del Centro Histórico y observar los edificios construidos durante la época colonial o visitar sus museos e iglesias, se diluye su ambiente metropolitano.

A través del tiempo, Puebla ha ganado la fama de ser una ciudad conservadora y muy religiosa. Sin embargo, hay que recordar que ahí tomó lugar la Batalla del 5 de mayo en 1862 y también se encendió la chispa que dio lugar a la Revolución Mexicana en el año 1910, lo que contradice de alguna manera su carácter conservador.

Lo que no se puede negar es su relevancia religiosa, plasmada magníficamente en la riqueza de edificios religiosos y sobre todo en el gran número de conventos o monasterios fundados durante la colonia.


Los conventos más importantes de esa época fueron el de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, La Merced, La Concordia, El Carmen, y San Antonio, con sus respectivas iglesias. En cuanto a conventos de monjas destacaron La Concepción, La Santísima Trinidad, Santa Inez, San Jerónimo, Santa Mónica, La Soledad, Santa Teresa, Santa Catarina, Santa Rosa y Santa Clara.

En aquella época el poder de la iglesia católica no se limitaba a la vida eclesiástica, sino que administraba hospitales como el de San Pedro -el segundo hospital en importancia durante la Nueva España- y centros escolares como San Idelfonso y San Javier.

"Puebla tuvo una gran importancia religiosa, pero también educativa. Todos los conventos de monjas y frailes surgen desde los siglos XVI, XVII y XVIII en la ciudad de Puebla, lo mismo que los colegios y hospitales", refirió Pedro Angel Palou, coordinador del Consejo de la Crónica de la Ciudad de Puebla.

Aunque cada uno de estos lugares tenía su importancia ya sea por su contribución a la educación o al cuidado a enfermos, resulta importante destacar que los conventos jugaban un papel social preponderante, especialmente para las mujeres de esa época.

"La mujer no tenía más salida que el matrimonio o la vida religiosa, por eso fueron tan numerosos los conventos de monjas", explicó el historiador poblano. "Mientras muchas jóvenes elegían la vida religiosa por verdadera vocación, otras encontraban en estos centros un refugio tras haber sido abandonadas, ultrajadas o simplemente porque nunca encontraron con quien contraer nupcias".



De Puebla al mundo

Pero más allá de las razones que las conducía a una vida conventual, se debe reconocer las grandes aportaciones que legaron en el campo culinario.

Recuerde la leyenda de la creación del famoso 'Mole de Guajolote' que se cocinó por primera vez en el convento de Santa Rosa. Ese exquisito platillo barroco por excelencia fue inventado alrededor del siglo XVII.


"Por desgracia nunca se escribió la receta original, ni se sabe quién la creó. Aunque hay todo tipo de mole según la región del país o el color como el amarillo, el coloradito, el negro de Oaxaca entre otros, el origen de todos es el 'Mole de guajolote' del Convento de Santa Rosa de la ciudad de Puebla", subrayó Palou.

De esos centros religiosos surgen no solamente las mejores recetas culinarias de esa época, sino también un gran legado para la repostería, como el estimulante rompope, una bebida cremosa hecha con aguardiente, leche, huevos, azúcar y canela e inventada en el Convento de Santa Clara.

Para el siglo XIX, la promulgación de las Leyes de Reforma dio por resultado la separación de la iglesia del estado y la nacionalización de todos los bienes de la iglesia católica. Entonces la vida religiosa en México cambió por completo.

Aunque muchos conventos no tuvieron más opción que desaparecer, lanzando a la vida civil a frailes y monjas, otros continuaron funcionando a la sombra de la ley. Ese fue el caso del Convento de Santa Mónica que retó las órdenes gubernamentales durante casi un siglo. Las monjas siguieron habitándolo y sobrevivían por la ayuda de los feligreses.

Se dice que en 1934 hubo una denuncia por parte de un supuesto comprador de antigüedades que llegó al convento para comprar algunas de las obras de arte. Los policías, al mando del detective Valente Quintana entraron por las azoteas, y descubrieron lo que en Puebla era un secreto a voces.

La transformación

Aunque muchos de los conventos todavía siguen en operación, otros fueron convertidos en museos. Tal es el caso del convento de Santa Mónica y el convento de Santa Rosa, ambos sitios históricos abiertos al público.


El Convento de Santa Rosa actualmente es un centro cultural, famoso por sus dos patios revestidos de talavera y ladrillo rojo, y desde luego, por la enorme cocina de azulejo y también de talavera donde se cocinó por primera vez el 'Mole de Guajolote'. En ese espacio se puede apreciar un cuadro de azulejos de talavera en honor al patrono de la cocina, San Pascual Bailón a quien se dice, las religiosas pidieron inspiración para preparar el exótico platillo.


Por otro lado, el Museo de Santa Mónica es una verdadera joya con obras de pintores famosos. En el comedor hay una alacena, que tiene la peculiaridad de ser también una puerta secreta por donde las religiosas se comunicaban con el mundo exterior.

Se dice que cuando este museo fue descubierto y desmantelado, se encontraron esqueletos de bebés sepultados en las paredes. Esto, refiere el historiador Palou es "más fábula y leyenda, que realidad".

Lo que si se encontró y todavía se mantiene, explicó, es un panteón con tumbas de las religiosas que vivieron y perecieron al interior del convento. En el Museo de Santa Mónica, por ejemplo, se encuentra la tumba de María Teresa de Jesús, la primera religiosa superiora de la Nueva España, quien murió en el año 1750, a los 84 años de edad.

Los conventos que ahora son museos han mantenido casi intacta su estructura original y son un excelente sitio para visitar y transportarse a la época colonial.

Artículo de María Rossainz
La Opinión de Los Ángeles